Debo tomar nota [3] de los encuentros de mi alma Contigo, oh Dios, en los
momentos particulares de Tus visitas. Debo escribir de Ti, oh Inconcebible en la
misericordia hacia mi alma. Tu santa voluntad es la vida de mi alma. He
recibido este mandato de quien Te sustituye para mi, oh Dios, aquí en la tierra y que
me enseña Tu santa voluntad: Jesús Tu ves que difícil es para mí escribir, y que no
sé describir claramente lo que siento en el alma. Oh Dios, ¿puede la pluma
describir cosas para las cuales, a veces, no hay palabras? Pero me mandas escribir,
oh Dios, esto me basta.
Desde los siete años sentía la suprema llamada de Dios, la gracia de la vocación a la
vida consagrada. A los siete años por primera vez oí la voz de Dios en mi alma, es
decir, la invitación a una vida más perfecta. Sin embargo, no siempre obedecí la
voz de la gracia. No encontré a nadie quien me aclarase esas cosas.
Las continuas llamadas de la
gracia eran para mi un gran tormento, sin embargo intenté apagarlas con
distracciones. Evitaba a Dios dentro de mi y con toda mi alma me inclinaba hacia
las criaturas. Pero la gracia divina venció en mi alma.
Una vez, junto con una de mis hermanas fuimos a un baile [5]. Cuando todos se
Divertían mucho, mi alma sufría [tormentos] interiores. En el momento en que
empecé a bailar, de repente vi a Jesús junto a mí. A Jesús martirizado, despojado
de
Sus vestiduras, cubierto de heridas, diciéndome esas palabras: ¿Hasta cuándo Me
harás sufrir, hasta cuándo Me engañaras?
del diario de la vidente Sor Maria Faustina
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